Con un pie en la tierra
29 de septiembre de 2016
Alejandro Burdisso, cocinero, lleva adelante un emprendimiento gastronómico en La Rioja que combina platos y vinos de autor con misticismo y tradiciones familiares.
Fotos: Kim de la India (Especial)
“Cumplí 50 y largué todo”, dice y sonríe cuando se le pregunta porqué eligió vivir en un pueblo alejado más de 1200 km de dónde nació, se crió, trabajó y un día se cansó y se fue.
Alejandro Burdisso es ingeniero zootecnista y desarrolló su vida en Brandsen, provincia de Buenos Aires. Llegó a Santa Florentina, departamento de Chilecito, La Rioja hace algo de siete años dispuesto a cambiar de vida y con la promesa de que podría vivir en las instalaciones de la estación 2 del viejo Cablecarril y poner en marcha un proyecto turístico en el área. Pero, como dicen los sabios, el hombre propone y la burocracia dispone: Llegó y se encontró con la noticia de que a ninguna autoridad regional le interesaban sus credenciales y le negaron el uso del lugar. “En ese momento tuve dos alternativas: irme por donde había venido o quedarme y pensar en algo. Hice lo segundo”.
Tan grande había sido el deseo de un cambio que Alejandro se quedó en Santa Florentina y no se le ocurrió mejor idea que ir a vivir en un viejo refugio de montaña medianamente cercano al pueblo. La vida allí no fue fácil. Debía atravesar el río caminando para llegar al pueblo y abastecerse de lo necesario, o también arreglárselas para vivir sin electricidad y otras cuestiones similares. No le importó demasiado, fueron más fuertes las ganas de vivir nuevas experiencias y encontrarle la vuelta a ese desafío para el que no se había preparado pero que había aceptado vivir. Un claro ejemplo de cómo transformar una situación adversa en una oportunidad.
“Esa etapa fue muy loca y a la vez hermosa. Me había hecho una especie de barcaza con la que transportar cosas hasta el refugio y viví en ese tiempo auténticas aventuras. Pero también esta vez, como en otras etapas de mi vida, me permití dejarme llevar por lo que el destino me proponía. Aunque, como siempre hice, dejando un pie en la tierra. Además de mis herramientas, me había traído mi título de ingeniero y un día, casi sin darme cuenta, me ofrecieron trabajar en la sede regional del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) y eso lentamente me fue ubicando en la etapa siguiente”.
Finalmente el pueblo de Santa Florentina pudo contarlo como un habitante más cuando Alejandro compró un terreno a un costado de la ruta de ingreso y comenzó a construir su nuevo hogar.
-¿Cómo surgió lo del restaurante?
-En realidad tampoco es algo que me haya propuesto. Empecé a preparar comida para invitar a amigos y compañeros y con el tiempo se empezó a hacer costumbre encontrar en mi casa algo para alimentarse en determinados momentos. También esta es una zona turística sobre todo en verano y llegaba mucha gente preguntando dónde picar algo para no tener que bajar a Chilecito. Y bueno, se fue dando.
-¿Tenías experiencia en cocinar para otros?
-No, en realidad. Lo que sí tengo es una buena escuela, porque mi madre es una magnífica y exigente cocinera. Ella, de alguna manera, me enseñó a cocinar. No te digo que me haya pasado recetas, sino que siempre tuvo un discurso como que había que comer rico y bien. Cuando yo vivía con ella no me daba cuenta de eso. Pero cuando empecé a cocinar para mi y para los demás creo que me empezaron a aparecer ciertas cosas de mi vieja en la cocina. Cuestiones estas que tienen que ver básicamente con la creatividad. Con cocinar para disfrutar hacerlo y para ver a los demás disfrutar de lo que uno prepara. Yo cocino lo que disfruto preparar. No podría hacerlo de otra manera. Hay épocas en las que se me da por experimentar determinados sabores y cocino eso y punto. Y por ahí venís un viernes a buscar algo que comiste otro viernes y no, no está, hay otra cosa. Hoy tuve ganas de preparar esto. ¿Se entiende?
Todo en La Bodeguita de Nilda y Beto está pensado y creado para el disfrute. Alejandro cuenta qué el mismo construyó la casa —que todas las noches se convierte en restaurante— y que los ambientes, los marcos de las ventanas, los dibujos guardan las proporciones aúreas. Esto le aporta al lugar la sensación de que “aquí está todo bien”. Algo que es difícil de explicar con palabras. Es imposible sentirse a disgusto en el lugar. Quien cruza la puerta de entrada automáticamente siente ganas de quedarse a disfrutar de esa misteriosa calidez. También hay una equilibrada combinacion de materiales: madera, barro y piedras que Alejandro tiene como costumbre rescatar de sus viajes.
“Hay algunas cosas que no están terminadas por mí porque quiero que las complete la gente. Por ejemplo parte del piso, que tiene unos sectores dispuestos para quien quiera intervenirlos. Hace un tiempo tiempo vino alguien que se copó en hacer un mosaico en un sector y lo hizo.”
-¿De donde viene el nombre del lugar?
-Es una especie de homenaje a mis viejos, Nilda y Beto. Ellos son un poco mi inspiración en la vida.
-Qué dice tu madre de lo que preparas en la cocina?
-Y cada tanto viene y prueba, fiscaliza y aprueba. Creo que íntimamente le gusta verme haciendo lo que hago.
-¿Cuál es el mayor valor que tiene tu casa-restaurante para el que quiere venir a probar lo que haces en la cocina?
-Bueno, principalmente, todo lo que preparo está hecho cosas que yo elijo cuidadosamente. Me gusta que todo sea sabroso e intenso. Además la mayoría de las cosas las produzco yo mismo: las aceitunas, el vino, los dulces. Elaboro mi propio vino con la variedad de uva Pedro Giménez. Por supuesto que hay otros vinos de la zona, pero el que yo hago te lo recomiendo. (Risas). También los utensilios y la loza que uso son objetos que los tengo porque me gustan. Algunos los he traido de mis viajes por el país. No puedo servir un plato en un recipiente que no me guste. Es como que lo que preparo lo termino en el momento de servirlo. Y eso también define lo que cocino. Por ahí se dá que me gustan unas cazuelitas de barro que traje de no se dónde y entonces se me ocurren preparaciones para servirlas en esas cazuelitas. Hasta que me engancho con otros recipientes y así voy variando. (Risas)
-Podríamos decir que La bodeguita de Nilda y Beto no es simplemente un negocio…
-No, claro. Es un estilo de vida. Hago esto porque lo disfruto y también disfruto compartir momentos con la gente que viene a comer o a tomar un vino. Hay veces, por ejemplo, que me llaman porque tienen ganas de cocinar un chivo en la parilla, entonces hago el fuego y los espero. Cocinamos el chivo y compartimos ese momento y luego comemos. Es algo que se dá o no se dá. Pero yo no podría hacer esto sino lo pasara bien.
INFO:
La Bodeguita de Nilda y Beto se encuentra ubicada a 7 km al oeste del centro de Chilecito en la ruta 14 que llega a Santa Florentina. Para reservas: Facebook: La bodeguita de Nilda y Beto