Un bosque de chocolate
16 de agosto de 2016
La Chocolatería de Lago Puelo es un moderno y exquisito emprendimiento que mantiene el espíritu bien arriba cuando el frío y la nieve aprietan. Cada año gran cantidad de turistas llegan hasta allí para probar sabores únicos.
Textos: Dumas – Fotografías: Daniel Vega.
Cuando Walter Sepúlveda era un niño tenía un padre que era libre. Don Sepúlveda recorría las rutas argentinas en un camión enorme en el que transportaba mercadería para abastecer en gran medida a los pueblos de la provincia argentina de Santa Cruz. Walter, niño, jugaba con la nieve del lugar donde vivió siempre hasta pasados los 25, Bariloche. Y allí en esa ciudad rionegrina que anualmente es invadida por adolescentes que sueñan con la libertad, Walter aprendió de su padre las bondades que tiene el hecho de generar uno mismo sus propios recursos para vivir. El joven Sepúlveda pasó por algunos trabajos siempre con la mente puesta en encontrarle la vuelta a la idea de ser él quien llevara adelante una empresa. La tarea de trabajar para que otros se enriquezcan con su esfuerzo no lo sedujo nunca. Esa idea fija lo volvió detallista y autoexigente, como él mismo se define hoy pasados los 35 cuando la vida lo encuentra al frente de la Chocolatería de Lago Puelo.
Lago Puelo es un bucólico pueblo de la provincia del Chubut que creció al lado del lago del mismo nombre que forma parte del parque nacional del mismo nombre. Cuando el nombre de un lugar está tan presente en la vida cotidiana de la gente de ese lugar, es porque detrás hay algo que pretende convertir ese nombre una marca registrada. Aquí las personas, o trabajan en la administración pública, o son docentes o tienen su propio negocio orientado al turismo. Y es del turismo de la actividad que mayoritariamente vive este lugar. Al encontrarse a apenas 120 km de Bariloche, Lago Puelo recibe anualmente gran parte del turismo que quiere llegar un poco más debajo de la famosa ciudad patagónica y conectarse con cuestiones de la Naturaleza que Bariloche ha ido dejando de lado para concentrarse sobre todo en turismo orientado al deporte de invierno y atender los problemas geo-socio-políticos consecuencia de haberse convertido en una gran ciudad. Lago Puelo es el reducto que buscan aquellos que necesitan bosque, lago y aire de pueblo. Registros de 2014 dan fe de que la conocida Comarca Andina —que integran Lago Puelo y la rionegrina El Bolsón, ambas separadas apenas por 10 kms— recibió durante ese verano alrededor de 250 mil visitantes (se registraron 150 mil ingresos en el PN Lago Puelo).
Por aquellas cuestiones inexplicables de la vida el chocolate —el cacao— tiene su origen en tierras americanas, luego fue tomado por los europeos quienes lo convirtieron en lo que es hoy y finalmente nos devuelven la idea de que el chocolate tiene que ver con el frío, el bosque, las montañas nevadas. Algo de esa idea contribuye para que año a año gran cantidad de turistas baje a por un poco de nieve y chocolate en el Sur argentino. En el imaginario colectivo una buena taza de chocolate humeante transporta a una cabaña de troncos, chimenea y nieve. O viceversa. En Lago Puelo el entorno ayuda. La Chocolatería se halla actualmente enclavada al pie del bosque y desde sus ventanales se distinguen a lo lejos picos nevados de la cordillera de los Andes. Los comienzos del negocio no fueron fáciles.
Cuando Walter Sepúlveda fue casi un adulto, tuvo un novio. Y se casó con él. Eduardo Lago, aquel novio, hoy comparte con Walter la dirección de la Chocolatería. “Tengo mi propia chocolatería y tengo mi propio Lago”, se ríe Walter y deja por un momento aparecer al chico travieso que jugaba con la nieve en Bariloche. El invierno es duro en esta zona, también es difícil la afluencia turística en esa época. Pero la Chocolatería de Lago Puelo está preparada para todo el año. Por supuesto que durante el largo invierno siempre habrá chocolate en todas sus variantes, —también tortas, dulces y otras exquisiteces cuya elaboración es supervisada por los mismos dueños— y en el verano el gran invitado de honor es el helado. “Trabajé mucho tiempo en chocolaterías importantes de Bariloche, en ellas fui aprendiendo los secretos del chocolate y de todo lo que tiene que ver con el negocio. De mi familia aprendí que con honestidad y buena predisposición se llega lejos. Todo en mi vida fue aprender y poner en práctica” —cuenta Walter mientras mira el bosque a través de una ventana de su local.
Dice además que a pesar del look refinado y moderno de la Chocolatería tanto él como Eduardo pretenden que el lugar brinde posibilidades de consumo a todos los bolsillos. “Aquí vienen desde tipos que se bajan de la 4x4 y se deleitan con una buena taza de chocolate o se llevan una torta sin importar lo que vale, hasta la misma gente del pueblo que la pelea día a día para sobrevivir. Nos gusta ser algo así como un lugar de referencia en el que cualquiera puede encontrar calor de hogar”.
Walter es quien lleva adelante todo lo que tiene que ver con la fabricación, elaboración y venta de los productos. Eduardo fiscaliza las cuentas y es a quien todos en el local “usan” cuando algún turista de los que nunca falta pide descuento por una porción de torta.
“El dueño no me lo permite, preguntéle usted”, dice un empleado y mira de reojo a Eduardo. Eduardo, a lo lejos, apenas serio es intimidante y el desubicado comprador no atina a hablarle. Más tarde cuando Eduardo sonríe queda claro que es más bueno que el pan.
Walter y Eduardo cuentan con la colaboración de un grupo de personas que forman el staff fijo de la chocolatería quienes agradecen el buen clima de trabajo, la frontalidad de Walter y el discreto equilibrio que aporta Eduardo.
En los pocos momentos de relax, cuando el local se vacía de clientes, dueños y empleados bromean y se ríen juntos. Son como una gran familia en la que cada uno ocupa su lugar y a la vez cada uno requiere del otro su función específica.
“Nos gusta trabajar tranquilos y felices porque eso se traduce en la calidad de lo que elaboramos” —continúa Walter su charla—. “Me gusta levantarme cada día y estar feliz de ir a hacer mi trabajo y de hacerlo con la gente con la que lo hago, no podría llevar todo adelante si no fuera así”.